Durante siglos, los guaraníes practicaron una forma de medicina que no dependía de hospitales ni fármacos, sino del vínculo con el monte, el cuerpo, los espíritus y la comunidad. Este sistema de salud propio, profundo y simbólico fue documentado por el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social en un estudio que reconstruye cómo comprendían, clasificaban y trataban las enfermedades. El conocimiento medicinal guaraní no era empírico ni improvisado: respondía a un orden de saberes transmitidos oralmente, aplicados por figuras respetadas como los chamanes o paî, cuya función combinaba el rol de sanador, guía espiritual y protector colectivo. Los tratamientos no eran solamente botánicos: se utilizaban cantos, baños, ayuno, aislamiento, silencio, objetos rituales y también el humo del tabaco, que era aplicado a través de una pipa de cerámica con un tubo de caña, especialmente para curar heridas profundas, purificar o expulsar males. La medicina era un acto de reparación física, emocional y espiritual.
Tres grupos de plantas medicinales guaraníes
El estudio señala que los guaraníes organizaban las plantas medicinales en tres grandes grupos, según su energía y función terapéutica. Pohã roỹsã eran remedios refrescantes, usados para fiebres, limpieza del cuerpo, diuréticos y problemas vinculados al “calor interno”. Pohã akú, por el contrario, eran remedios calientes, empleados para enfermedades provocadas por el frío, la humedad o el viento, como dolores articulares, congestiones o estados de debilidad. Y pohã pochy eran consideradas plantas poderosas y peligrosas, utilizadas con extrema precaución por el chamán en casos de enfermedades graves, daños espirituales o intervenciones delicadas. Esta clasificación refleja una lectura energética del cuerpo y del entorno, con gran precisión en los efectos y riesgos de cada planta. La aplicación variaba según el caso: algunas se tomaban en infusiones, otras en baños, otras se inhalaban, se frotaban o incluso se aplicaban por medio de humo.
Petyngua, pipa ceremonial mbya guaraní.
Remedios naturales: lista de plantas y usos según el documento oficial
Entre los remedios utilizados, el ka’a ruru se empleaba como emético, para provocar el vómito y purificar el cuerpo. La guavira (Campomanesia xanthocarpa) se usaba para reducir la fiebre y calmar el “calor interno”. La raíz del karanda’y (Copernicia alba) era hervida y aplicada en cataplasmas o baños para bajar inflamaciones. El ñangapiry se indicaba en el tratamiento de enfermedades de la piel. El yvyrá pytã (Peltophorum dubium) era usado en baños de limpieza física y espiritual. El kuratu (Petiveria alliacea) tenía acción antiséptica y desinfectante, especialmente en heridas abiertas. El ambay (Cecropia pachystachya) se usaba como expectorante en problemas respiratorios. El ñuatĩ pytã, de raíz rojiza, era una planta de uso dual: físico y ritual. El ñuatĩ morotĩ, de raíz blanca, se usaba para dolores intestinales y desequilibrios digestivos. El tatakua ka’a se indicaba contra dolencias musculares y reumáticas. La karaguata tenía uso tópico para limpiar y cicatrizar heridas. La yvoty pytã, una flor de uso ceremonial, se tomaba en infusión para curar el “alma herida”, estados depresivos o angustia profunda. Y el ka’arẽ se bebía como tónico de recuperación, especialmente después de enfermedades largas o experiencias traumáticas.
Curar el cuerpo era también curar el espíritu
El sistema terapéutico guaraní no solo apuntaba a sanar el cuerpo: su verdadera meta era restaurar el equilibrio roto entre la persona, los espíritus y el entorno. El curandero, o paî, era el mediador entre esos mundos. No se limitaba a administrar plantas: evaluaba el origen del mal, determinaba si se trataba de un desequilibrio natural o de un daño provocado, y decidía si la curación debía ser física, espiritual o ambas. Los cantos eran medicina, pronunciados con ritmo, conocimiento y memoria, y se aplicaban en sesiones largas, incluso sin contacto físico. Las personas enfermas podían ser aisladas durante varios días, acompañadas por silencios, ayuno, humo o agua, en lo que constituía un tratamiento integral. Todo el proceso estaba guiado por el paî, sabio espiritual que conocía los cantos y plantas apropiadas para cada situación. Este conocimiento no se escribía ni se enseñaba de forma escolarizada: se transmitía en la experiencia, en la escucha y en la práctica. A pesar de los intentos históricos por suprimirlo, este sistema de salud no desapareció. Muchas de sus especies, usos y principios siguen presentes en el pohã ñana paraguayo: en las hierbas del tereré, en los baños de purificación, en las recetas populares, en los rezos que aún acompañan un baño o una infusión. Lejos de ser un recuerdo, esta medicina sin hospitales ni farmacéuticas sigue latiendo en el monte, en las casas y en las palabras de quienes aprendieron a sanar con lo que crece de la tierra.